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Una vez que aprendemos a caminar no olvidamos cómo hacerlo y ello es gracias a nuestra memoria muscular. Nuestro cerebro no tiene que descubrir cómo hacerlo cada vez que desea ordenarle a nuestras piernas dar un paso, gracias a la repetición cotidiana de dar un paso tras otro, simplemente lo sabe.
Todos los días, todo el día, realizamos movimientos y acciones que requieren una orden muy específica del cerebro. Claro que no somos conscientes de ello a cada momento, nuestra memoria automáticamente lo hace sin que tengamos que tomar la decisión.

Actividades primarias, como caminar, hacer gestos o mantenernos de pie, de hecho no son tan básicas. Una vez que aprendemos a caminar no olvidamos cómo hacerlo y ello es gracias a nuestra memoria muscular. Nuestro cerebro no tiene que descubrir cómo hacerlo cada vez que desea ordenarle a nuestras piernas dar un paso, gracias a la repetición cotidiana de dar un paso tras otro, simplemente lo sabe. Vamos a averiguar de qué manera.

Ensayo y error
Con el paso de los meses un bebé aprende a caminar, agarrar cosas con sus manos, correr, saltar y adquirir precisión y fuerza en sus movimientos de forma gradual. Ello es gracias a que, mediante estímulos, va descubriendo y experientando movimientos nuevos, repitiéndolos todo el tiempo. Así es como funciona la memoria muscular: experimentación y repetición.

Como ya mencionamos, las actividades primarias que realizamos todos los días quedan guardadas en nuestro cerebro y no es necesario que todo el tiempo seamos conscientes sobre cómo realizarlas. Ahora bien, algunas actividades más complejas requieren cientos o miles de horas de práctica. Digitar rápidamente en un teclado de computadora, tocar el piano o realizar deportes, son buenos ejemplos.

La memoria muscular en el deporte
Los deportistas pasan varias horas a la semana entrenando y practicando para perfeccionar sus movimientos. Algunos deportes como el tenis o el golf requieren un nivel de precisión tal, que sólo es posible alcanzar mediante horas y horas de práctica.

Por ejemplo, un tenista debe ser capaz de medir exactamente dónde va a rebotar la pelota si le pega de tal o cual manera, con cuánta fuerza debe pegarle y en qué dirección. El jugador no es totalmente consciente del mecanismo detrás de cada golpe, simplemente aprendió a hacerlo, lo ha practicado y lo puede repetir.

Si el jugador realiza mal un golpe y se queda pensando en ello, sin volver a concentrarse en ejecutar buenos disparos, es probable que siga jugando mal. Esto sucede porque se trata de una orden tan compleja y sofisticada, que requiere total concentración.

Todos podemos caminar pensando en otras cosas, pero es prácticamente imposible ejecutar disparos perfectos si no estamos completamente concentrados en ello. Ni siquiera si somos Novak Djokovic o Roger Federer.

Un arma de doble filo
No todo es tan prometedor. Ser excelentes músicos o deportistas no sólo depende de cuánto practiquemos o cuán concentrados logremos estar. Depende también de quién y cómo nos enseñen.

Así como podemos aprender a mejorar nuestros movimientos gracias a la práctica y la repetición, también podemos aprender a realizarlos mal. Nuestro cerebro procesa toda la información, no decide si es buena o mala. Es decir, si nos enseñan mal un movimiento o un hábito, es muy difícil eliminarlo o corregirlo.

Volviendo al deporte, si a un niño le enseñan que a la pelota de fútbol le debe pegar con la punta de los pies, lo aprende y lo practica así, será excelente pateando pésimos tiros. Podemos aprender y perfeccionar cualquier movimiento que practiquemos, pero ello no significa que sea el movimiento correcto.

Malas indicaciones, falta de concentración y nervios, pueden arruinar el complejo y valioso proceso de aprender y perfeccionar un movimiento. Nuestra memoria es maravillosa y puede realizar muchas cosas por sí sola, sin que seamos conscientes. Pero no es infalible y necesita que tomemos las decisiones correctas. 

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