Las autoridades canadienses se preparan para lo que puede ser un difícil verano de protestas de los grupos indígenas canadienses ante la "creciente frustración" de los aborígenes por sus difíciles condiciones de vida.
En las ceremonias que se celebran hoy por todo el país para conmemorar el Día Nacional de los Aborígenes, uno de los principales temas de conversación son las protestas que se efectuaran este verano.
Y es que las señales son preocupantes.
"Estoy bastante preocupado que será un verano caliente con respecto a la problemática indígena en todo el país" advirtió el viernes el líder de la oposición canadiense, el socialdemócrata Tom Mulclair.
Muclair, líder del Nuevo Partido Democrático (NPD) que es la segunda agrupación con más diputados en la Cámara Baja del Parlamento canadiense tras el gobernante Partido Conservador (PC), añadió que la culpa de lo que pueda pasar recaerá sobre el primer ministro, Stephen Harper.
Según Muclair, los indígenas del país están cada vez más frustrados, "especialmente los jóvenes", por la falta de progreso político, social y económico de sus comunidades.
Precisamente Harper se reunió el jueves de forma casi clandestina con Shawn Atleo, el jefe nacional de la Asamblea de Primeras Naciones (APN), la organización que agrupa a los jefes de las tribus indígenas de Canadá.
Ni Harper ni Atleo anunciaron su encuentro, que había sido programado en enero tras otra reunión celebrada entre los dos líderes en medio de las protestas indígenas por todo el país en contra de las políticas del Gobierno canadiense.
Durante el invierno, miles de indígenas protagonizaron marchas, manifestaciones y cortes de carreteras y vías férreas después de que el Gobierno canadiense hiciese cambios legislativos que afectaban a los derechos tradicionales de las tribus del país.
Las protestas, iniciadas por grupos comunitarios de base ajenos a APN y agrupados bajo el lema de "Se acabó el no hacer nada", catalizaron el descontento acumulado en muchas comunidades indígenas sobre sus condiciones de vida y la percibida falta de interés del Gobierno canadiense por sus problemas.
Una prueba palpable de la disparidad en la calidad de vida entre indígenas canadienses y el resto de la población fue evidente el pasado miércoles cuando el Centro Canadiense de Alternativas Políticas dio a conocer un estudio sobre las condiciones de vida de los niños aborígenes.
El estudio señaló que la mitad de los niños indígenas vive en condiciones de pobreza, tres veces más que la media nacional.
Según el estudio, los niños indígenas están por detrás de cualquier otro niño del país en casi todo indicador posible: ingresos familiares, educación, calidad de agua, mortalidad infantil, salud o suicidios.
La situación es especialmente mala en las dos provincias centrales del país, Manitoba y Saskatchewan, donde se concentra la población indígena de Canadá.
El viernes, oficialmente el Día Nacional de los Aborígenes en Canadá, el movimiento "Se acabó el no hacer nada" anunció el inicio del "Verano de la soberanía" y advirtió de que durante las próximas semanas junto con otros activistas pondrán en marcha "acciones directas no violentas" en todo el país.
"El objetivo es aumentar la tensión y la concienciación entre los que quieren ejercer sus derechos y los que están olvidando de forma injustificada los derechos de los pueblos indígenas", dijo Sheelah McLean, una de las fundadoras de la iniciativa.
McLean añadió que "la presión sobre el Gobierno es esencial".
El movimiento dijo que está preparando "grandes acciones" a mediados de julio y principios de agosto aunque sin dar detalles.
Aunque "Se acabó el no hacer nada" ha repetido que su movimiento es pacífico muchos canadienses todavía recuerdan los incidentes de 1990 en la comunidad de Oka, en Québec.
Entonces, una disputa territorial entre la municipalidad de Oka y los indígenas mohawk se convirtió en un enfrentamiento en el que el Gobierno canadiense del primer ministro conservador Brian Mulroney desplegó al ejército para enfrentarse a grupos armados indígenas, algunos de ellos procedentes de Estados Unidos.
La crisis terminó tras 78 días sin que se produjesen víctimas cuando los indígenas decidieron entregar sus armas, pero sirve de recordatorio de la volatilidad de las relaciones entre los indígenas y las autoridades canadienses.
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