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 El desborde barroco del estreno de American Hustle evocó la energía artística del Martin Scorsese que hace más de dos décadas dirigió Goodfellas (1990). Esta semana Scorsese regresa a la pantalla con The Wolf of Wall Street con todo el brío creativo de un cineasta joven y ambicioso que ha sido poseído por el espíritu del protagonista de su propio filme.
En este caso, eso implica un “cocktail” cinematográfico que captura el apetito insaciable de un hombre que ha sido seducido por el tipo de exceso que solo puede ser adquirido por cantidades obscenas de dinero. Con esto como su credo artístico, Scorsese convierte la historia verídica de Jordan Belfort en una montaña rusa que se pasea peligrosamente por las jaulas de un zoológico que tiene los animales más salvajes del mundo.
La quinta colaboración de Scorsese y DiCaprio presenta la historia de Belfort, un corredor de bolsas de Wall Street que comienza con la ilusión de ser exitoso y termina en un laberinto de corrupción y decadencia moral que él mismo construye con los millones de sus clientes. Una vez el protagonista y su socio (Jonah Hill en la mejor actuación cómica y dramática de toda su carrera), dan con la fórmula para robar la mayor cantidad de dinero de sus clientes, éstos deciden vivir su vida como un bacanal que jamás va a terminar. Sin embargo, el despliegue de tanto exceso atrae la atención del FBI.
Si la primera sección del filme en la que Belfort narra cómo se transforma de alguien anónimo de la clase trabajadora a la persona más exitosa de la porción más elitista de la clase alta es fascinante, el segundo capítulo de la trama es aún mejor. En esta parte el director y DiCaprio crean oro cómico con un personaje que quiere retener su vanidad y sus adicciones sin tener que pagar el precio de todas las transacciones ilegales que ha realizado.
En un filme repleto de drogas, violencia y sexo, las partes más impresionantes son las que presentan al protagonista dándole discursos a los empleados de su agencia. Esas escenas  son un juego magistral que ilustra cómo cada palabra que sale de la boca de DiCaprio inspira locura y avaricia.  La crítica más obvia a esta obra maestra es que peca de tener demasiadas escenas de estos monólogos egocéntricos de Belfort,  pero el director y el actor son lo suficientemente inteligentes y creativos como para darle a cada una un sello particular. Las primeras son como si el personaje de Mel Gibson en Braveheart hubiera tenido una sobredosis de cocaína durante su famoso discurso de guerra. Durante el segundo acto del filme, los discursos se transforman en un sermón de iglesia donde  la única deidad es la sobredosis de testosterona de poder comprarlo todo; mientras que en la parte final de la película  los discursos tienen el aura cómico de un funeral donde el muerto se niega a que lo entierren. Si esto no es suficiente para convencerlo de que esta producción está a la par con filmes como Mean Streets o Raging Bull dentro de la filmografía de Scorsese, vale la pena resaltar que el resto de la película es un viaje absurdo y desenfrenado con un protagonista que  nunca va a estar satisfecho.
Si todo esto es evidencia contundente de que Scorsese es un maestro de este medio, el trabajo de su actor principal es aún más superlativo.  Previo a su trabajo en este filme Leonardo DiCaprio ya había comprobado en varias ocasiones que es el mejor actor de su generación. Aún así su interpretación en esta película es más que inspirada. El actor carga cada escena del filme embriagado de la locura de alguien que perdió su compás moral al ingerir su primera línea de cocaína. El que DiCaprio tenga facilidad para el drama no es ninguna sorpresa, pero en este filme el actor explota al máximo la comedia absurda y el humor negro que generan la ambición y la desesperación de su personaje. 
Durante toda la producción, es completamente claro que DiCaprio es la estrella, pero esto no impide que otros actores entren en su misma frecuencia. Además de Jonah Hill, el filme recibe una inyección de locura con la breve participación de Mathew McConaughey como el mentor de Belfort. Aún más impresionante, dentro del contexto misógino del mundo de estos personajes, es la participación de la actriz australiana Margott Robbie. En el rol de la segunda esposa de Belfort, la actriz tiene que dejarse seducir por la locura de su esposo y luego ser la única que está dispuesta a dejarlo todo para que ella y sus hijos puedan sobrevivir.
La única falla de peso que tiene la versión de Wolf of Wall Street  es la forma precipitada y anti climática como  concluye. Tanto el director y el guionista le dedican más de dos horas a mostrar cómo la adicción al poder y al dinero convierte a todos estos personajes en animales salvajes, pero su crítica a nuestra fascinación con este tipo de persona se queda por completo en la superficie.
Aún con esta imperfección el filme es  sensacional, irresistible y la mejor colaboración de Scorsese con DiCaprio como protagonista.


Juanma Fernández-París / Especial El Nuevo Día

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  1. SCORSECES y DICAPRIO, siempre han sido una pareja de cineasta., uno como actor y el otro como director de cine., los dos han llevado a cabo grandes producciones de peliculas de alto reconocimiento de exito y criticas., que nos sigan trayendo, muy buenas peliculas., gracias, y muchos saludos desde canarias..julio

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