Eran festines con espárragos sublimes, bañados con miedo. Y por más de un siglo, Margot Woelk escondió su secreto a todo el mundo, incluso a su esposo. Pero pocos meses después de cumplir 95 años, reveló la verdad sobre su papel en la guerra: ella era quien probaba la comida de Adolf Hitler.
Woelk, que para entonces estaba en sus veinte, pasó dos años y medio como una de las 15 jóvenes mujeres que probaban la comida de Hitler para asegurarse de que no estuviera envenenada,
antes de ser servida al líder nazi en la “Guarida del Lobo”, el cuartel fuertemente vigilado ubicado en lo que ahora es Polonia, y donde el jefe del III Reich pasaba la mayor parte de su tiempo hacia el fin de la guerra. “Era vegetariano. Nunca comió carne en todo el tiempo que yo estuve ahí”, recuerda Woelk. “Y Hitler estaba tan paranoico con la idea de que los británicos lo iban a envenenar que por eso tenía a 15 chicas para probar sus alimentos antes de comerlos”.
Con muchos alemanes sufriendo la escasez de alimentos y bajo una dieta insípida a medida que se desarrollaba la guerra, probar los alimentos de Hitler tenía sus ventajas. “La comida era deliciosa, los mejores vegetales, espárragos, pimientos, todo lo que pudieras imaginar. Y siempre acompañado de arroz o pasta”, recuerda. “Pero este miedo constante ... sabíamos de los rumores de envenenamiento y nunca podíamos disfrutar la comida. Todos los días temíamos que fuera la última”.
Esta pequeña historia es en realidad un cuento de terror, dolor y distanciamiento para los sobrevivientes de la guerra. Sólo ahora en el ocaso de su vida, Margot estuvo dispuesta a contar sus experiencias, que había enterrado por vergüenza y por el miedo a ser perseguida por haber trabajado con los nazis, aunque insiste que jamás fue un miembro del partido.
Woelk primero reveló su secreto a un periodista de Berlín meses atrás. Desde entonces el interés por su vida ha sido abrumador. Maestras le escribieron y le pidieron fotos y autógrafos para darle vida a la Historia para los alumnos. Varios investigadores de un museo la visitaron para interrogarla sobre los detalles de sus días como la “degustadora” de Hitler.
Woelk cuenta que su asociación con Hitler comenzó luego de que huyera de Berlín para escapar de los ataques aliados. Su marido se había ido al frente con el ejército alemán, así que se mudó con unos familiares que vivían hacia el Este a unos 700 km, en Rastenburg.
Allí fue reclutada como empleada pública y asignada durante los siguientes dos años y medio como degustadora de alimentos y a cargo de las cuentas de la cocina en el complejo de La Guarida del Lobo, a pocos kilómetros de Rastenburg.
Hitler era reservado, incluso en la intimidad de su guarida, al punto de que ella jamás lo vio en persona. Solo llegó a ver a su pastor alemán, Blondie, y a los guardias de la SS, que hablaban con las mujeres.
Con el ejército soviético en la ofensiva y la guerra yendo cada vez peor para Alemania, uno de sus amigos de la SS le aconsejó irse de la Guarida de Lobo.
Margot regresó entonces a Berlín en tren y se escondió.
Las otras mujeres, recuerda Woelk, decidieron quedarse en Rastenburg porque allí tenían a su familia. Ese era su hogar.
“Supe luego que los rusos ejecutaron a las otras 14 chicas. Fue cuando las tropas soviéticas tomaron el cuartel en enero de 1945.
Cuando Woelk regresó a Berlín halló una ciudad que enfrentaba su completa destrucción. Pero e l horror no terminó con la capitulación. “Los rusos me atraparon. Me llevaron a un departamento y me violaron durante 14 días seguidos. Por eso nunca pude tener hijos. Destruyeron todo”.
Como millones de alemanes y europeos, Woelk comenzó a reconstruir su vida, tratando de olvidar. “Durante décadas intenté quitarme esos recuerdos. Pero siempre regresan para atormentarme en las noches”.
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