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El miedo a su traje presurizado casi hace que Felix Baumgartner se rindiera ante su mayor hazaña: saltar desde 39 kilómetros de altura. A este amante del riesgo, le aterrorizaba más la falta de libertad enfundado en ese traje especial que el salto en sí. Y a ese "punto más bajo del salto más alto" dedica gran parte de su autobiografía, que llega ahora a las librerías.

A lo largo de las 256 páginas de "Himmelsstürmer. Mein Leben im freien Fall" (que podría traducirse como "Delantero del cielo. Mi vida en caída libre"), Baumgartner describe con relativa sencillez su carrera profesional, detallando a lo largo de 11 capítulos sus entrenamientos, compañeros de aventuras o sus dietas alimenticias.
Muy pronto, este mecánico nacido hace 44 años en Salzburgo se dio cuenta de que lo que quería era volar alto, en el sentido literal de la palabra. Comenzó a lanzarse en paracaídas a los 16 años y, pese a su precaria situación financiera, invirtió todo su dinero en el deporte. Y es que también sus inicios con el que más tarde sería su patrocinador, Red Bull, fueron un camino de piedras.
Pero para Baumgartner, la voluntad de inmortalizar su nombre podría más que cualquier obstáculo. "Siempre quise dejar algo al mundo", escribe. Cada una de sus hazañas fue un granito de arena para su gran proyecto: desde el salto desde el edificio más alto del mundo en aquel entonces, el Taipeh 100, a su vuelo sobre el Canal de La Mancha con una ala de fibra que él mismo desarrolló. El libro está cuajado de anécdotas sobre sus peligrosas aventuras.
El austríaco se define a sí mismo como un hombre "intrépido con una propensión extrema a la seguridad". Según cuenta, siempre ha tenido miedo a sufrir heridas o ingresar en un hospital. El miedo a morir lo experimentó por primera vez cuando saltó desde la estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro: "Uno no tiene ni idea de lo mucho que se aferra a la vida hasta que no ha estado cerca de perderla." Desde el comienzo de su carrera le pareció importante documentar todos sus retos para que fueran accesibles a la opinión pública. Cada una de sus iniciativas tenía el mismo valor que las fotografías o videos de las mismas, pero aquel espíritu que invocó acabó persiguiéndolo: la presión mediática que se generó en torno a su salto estratosférico le pesó mucho.
"Por muy bonito y glorioso que pueda parecer todo, para mí fue una cárcel de cinco años", resume. Un lustro que marcó su vida de un modo que él mismo fomentó. Por eso, también fue mayor el alivio cuando tras el salto estratosférico aterrizó en el desierto de Roswell, en Nuevo México. "Tenía claro que en mi vida no volvería a hacer algo tan grande y con tanta repercusión. Por eso, tenía que absorber cada momento." Desde su hazaña, Baumgartner afirma que no ha logrado recuperar la tranquilidad: incontables peticiones y "12.000 emails aún por leer esperan respuesta", señala. En el futuro, le gustaría trabajar con jóvenes y formar una familia.

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